El «volcán de la ocupación» entra de nuevo en erupción: en respuesta a los bombardeos de Gaza 

Desde el 24 de febrero de 2022, fecha que marca el comienzo de la invasión rusa de Ucrania a gran escala, he tenido la sensación de que el lugar donde pasé mi infancia se había vuelto loco. Y desde mediados de octubre de 2023 he tenido una sensación de déjà-vu sobre el lugar donde pasé mi adolescencia: Israel. Por supuesto que las semillas de locura que dieron fruto y se manifestaron plena y terriblemente en estas fechas ya llevaban mucho tiempo allí: en la negativa e incapacidad, por parte de un gran sector de la población rusa, de asimilar la pérdida de su pasado imperial (el Imperio Ruso, la Unión Soviética…) y en la convicción, por parte de Israel, de que la ocupación ilegal de la Ribera Occidental de Palestina y el bloqueo de Gaza podían durar indefinidamente. En ambos casos, los actos de genocidio perpetrados contra pueblos vecinos, apoyados por retratos deshumanizadores de los ucranianos y los palestinos respectivamente, han sido expresiones muy concretas del deseo de aniquilar o subyugar por completo al otro.  

En caso de que alguien piense que estos procesos de locura a nivel nacional son relativamente nuevos, es importante señalar su carácter fundamental. Así como son inseparables de la construcción imperial y la interpretación de la identidad del Estado ruso, dichos procesos forman también parte integral de la ideología sionista, que precedió a la creación del Estado de Israel. Las voces históricamente silenciadas de los primeros críticos judíos del sionismo en Palestina son un sombrío recordatorio de esta violencia fundacional, que está alcanzando nuevas cotas en 2023. Uno de estos críticos, Natan Chofshi, fue el presidente anarquista y pacifista de la rama palestina de la Internacional de Resistentes a la Guerra. En un texto de 1946, Chofshi nos avisa: «Si no podemos comprender a nuestros vecinos árabes, estamos construyendo sobre un volcán, y toda nuestra labor corre peligro». (Chofshi, 1972: 38). El volcán de la ocupación será, sin duda, el soporte letal del Estado judío (¿qué pasa con ese más del 20% de ciudadanos árabes de un Estado que se define como judío?) durante muchas décadas. La analogía es apropiada: al igual que un volcán, la ocupación puede tener un aspecto durmiente, mientras la lava bulle y se acumula bajo la superficie hasta que finalmente entra en erupción, abrasando y enterrando todo lo que encuentra en su camino. Y sean cuales sean las alucinaciones ideológicas del sionismo, la erupción del volcán tampoco perdonará a los ocupantes.    

La relevancia de las proféticas palabras de Chofshi no acaba aquí. En ese mismo texto, titulado «Into the Abyss» (En el abismo), denuncia el «poder judío» reivindicado por los sionistas fanáticos que, «con Jabotinsky a la cabeza», claman por un Estado judío, un Ejército judío, y «todas […] las demás manifestaciones de fuerza física». (Chofshi, 1972: 37-38) El Estado nacido de este clamor requerirá un «constante sufrimiento y derramamiento de sangre». (Chofshi, 1972: 40). Es más: encumbrados por un exceso de poder y fuerza bruta, los sionistas se negarán a hacer caso de opiniones contrarias, vengan o no del lado judío. «Pero si un hombre de raciocinio equilibrado», dice Chofshi, «se arriesga a elevar la voz y prevenir de los riesgos de este desastroso camino […], se le dice que se calle y se le acusa de indiferencia hacia el sufrimiento de su pueblo perseguido y maltratado; y ahí termina toda “discusión”». (Chofshi, 1972: 37). ¿No es esto lo que ocurre hoy en día cuando se acusa de antisemitismo a cualquier crítico no judío del Estado de Israel, mientras que a sus críticos judíos se les acusa de odiar a su pueblo y olvidar a las víctimas de la masacre cometida por Hamás el 7 de octubre?   

En realidad, escandalizarse por el genocidio de Gaza y los actos relativamente más lentos —pero no menos letales— de la maquinaria del Estado militar israelí, ayudados e incitados por facinerosos grupos armados de violentos colonos de la Ribera Occidental, es cualquier cosa menos indiferencia. En primer lugar, porque es moral y legalmente inadmisible usar un genocidio —el del pueblo judío en el s. XX— para justificar otro genocidio: el del pueblo palestino en el s. XXI. A pesar de los desesperados intentos propagandísticos de relacionar la masacre de los asistentes a un festival y los residentes de los kibbutzim del sur con la «Solución Final» nazi para la «Cuestión Judía», así como con anteriores pogromos que los miembros de la comunidad judía soportaron durante siglos, el ataque de Hamás no fue una continuación de la ancestral persecución de un pueblo judío sin Estado. Al contrario: tuvo lugar en el territorio del Estado de Israel, donde la gran mayoría de las víctimas fueron ciudadanos; ese mismo Estado que no fue capaz de protegerlos y que libra una guerra continua contra el pueblo palestino desposeído de su Estado, desplazado, bloqueado o asesinado en el curso de la ocupación. El respeto por las víctimas de un anterior genocidio y la necesidad de honrar su memoria debería prohibir todo acto genocida contra otros grupos, exigencia que se ha visto reflejada en las protestas judeo-americanas contra los bombardeos de Gaza bajo el lema de «¡Nunca más, para nadie!».  

El segundo motivo de la no indiferencia de los críticos judíos hacia el sufrimiento de su propio «pueblo maltratado», tal como explica Chofshi, tiene que ver con el reconocimiento de que los palestinos y los judíos que son asesinados en Palestina e Israel (los primeros en mucha mayor proporción que los segundos) lo son por efecto de la misma ideología insaciable de conquista y dominación, totalmente incompatible con la visión de una coexistencia justa e igualitaria con quienes viven «entre el río y el mar». Como escribimos el difunto Gianni Vattimo y yo en la introducción a la colección que coeditamos en 2013,  Deconstructing Zionism: A Critique of Political Metaphysics: «Deconstruir el sionismo es […] exigir justicia para sus víctimas; no solo para los palestinos, que sufren a causa de ello, sino también para los judíos antisionistas, «borrados» del relato oficial de la historia sionista. Al deconstruir su ideología, arrojamos luz sobre el contexto que lucha por reprimir y la violencia que legitima mediante una mezcla de razonamientos teológicos o metafísicos y apelaciones afectivas a la culpa histórica por la persecución, indudablemente horrible, del pueblo judío en Europa y otros lugares» (Vattimo & Marder, 2013: xii). Ahora podemos añadir a esta trágica lista a los judíos israelíes y ciudadanos extranjeros que perecieron en los eventos del 7 de octubre de 2023.  

La tragedia, sin embargo, viene servida en un envoltorio de falsa corrección política y semilegalidad, incluso ante la terrible situación de los bombardeos genocidas de Gaza. Para empezar, Israel asegura estar haciéndolos en base a su derecho a la autodefensa; pero dicho derecho no viene justificado legalmente en ningún lugar cuando se trata de ocupantes que supuestamente se defienden de los ocupados. Además, las IDF (Israeli Defense Forces) han tenido el cinismo de bombardear a los palestinos de Gaza con folletos que empujaban a la población civil a huir de la zona de daños: primero del norte al sur de Gaza, y ahora de mucha de las zonas a las que ya habían sido desplazados. Es evidente que tales acciones, combinadas con la total destrucción de bloques de edificios, barrios y ciudades enteras, hacen de Gaza un lugar inhabitable y transforman la mayor cárcel al aire libre del mundo en un campo de concentración. Más que eso: al negar a las personas la dignidad básica de contar con agua limpia y alimentos, un techo sobre sus cabezas y la certeza de que sobrevivirán a la próxima noche, el asalto de Gaza se propone en la práctica deshumanizar al pueblo palestino, completando su deshumanización discursiva por parte de las autoridades israelíes. Y todo ello con la pretensión de preocuparse por la población civil, a la que se pide que se marche, en el mejor estilo neoliberal, «¡por su propia seguridad!». Los desplazamientos genocidas de poblaciones se presentan como evacuaciones voluntarias bajo los auspicios de las «preocupaciones humanitarias» de los ocupantes.  

Lo que indican estos siniestros sucesos es que la locura de la ocupación no está tan alejada de la del statu quo global, de las políticas neoliberales de desviar fondos públicos y condenar (aunque de forma «civil» —es decir, no militar— y por tanto menos obvia) a perecer a los más vulnerables. Palestina es un foco singular de extrema opresión y también un lugar donde se concentran y magnifican las contradicciones, los excesos letales y la lógica insostenible del statu quo global. Por ello está en primera línea de la lucha (igualmente global) por la justicia.  

Podríamos revisitar aquí a Natan Chofshi, que ofrece una lectura de Sión incompatible con el sionismo: la Sión de una justicia para todos. Ese es el sentido de la Tierra Prometida de la Biblia que, precisamente tal como se prometió, es la figura de una justicia aún por llegar. «“Sión será redimida por el juicio, y sus conversos por la rectitud”; esa no es una visión abstracta, sino una posibilidad práctica», dice Chofshi sobre un versículo bíblico del Libro de Isaías. (Chofshi, 1972: 38). Aunque es solo una promesa, Chofshi se niega a convertir esa otra Sión, abierta a todos, en una utopía, «una visión abstracta», sino que la ve como «una posibilidad práctica». Si esta posibilidad hubiera sido abordada en 1946, cuando se escribió el texto, y convertida en realidad histórica, Sión se habría convertido en un lugar genuinamente único que ya no obedecería a la lógica de la apropiación territorial. Un lugar de coexistencia fuera del ámbito exclusivo de una única identidad, o de cualquier identidad; un lugar de gran hospitalidad más allá de la rigidez de una nación-estado; un lugar de resoluciones ético-políticas libres de las trampas del heroísmo y el discurso manipulador del sacrificio.  

Bibliografía 

Chofshi, Natan (1972): «Into the Abyss», en Towards Union in Palestine: Essays on Zionism and Jewish-Arab Cooperation, editado por M. Buber, J.L. Magnes y E. Simon. Westport: Greenwood Press. 

Vattimo, Gianni; Marder, Michael (2013): «If Not Now, When?», en Deconstructing Zionism: A Critique of Political Metaphysics, editado por Gianni Vattimo y Michael Marder. Londres y Nueva York: Bloomsbury. 

Michael Marder es catedrático de Investigación de IKERBASQUE en el Departamento de Filosofía de la Universidad del País Vasco (UPV-EHU), Vitoria-Gasteiz.